El pacto entre la Casa Blanca y el Gobierno de Tel Aviv para evitar un conflicto abierto entre Israel e Irán está funcionando, pero nadie puede asegurar que vaya a ser duradero. La respuesta israelí a la lluvia de trescientos misiles y drones persas ha sido quirúrgica y no ha producido bajas, dando a entender a su enemigo que tiene la capacidad militar y tecnológica de hacerle mucho más daño.

Es posible que Benjamín Netanyahu utilice esta contención temporal para poner presión a su principal aliado, al que quiere involucrar más en la región. A cambio de seguir el consejo de Washington en la confrontación con Irán, pediría luz verde a sus planes de completar su campaña contra Hamás en el sur de Gaza, por muy alto que sea el número de bajas de civiles.

Biden tendría que elegir entre dos malas noticias, una escalada regional de consecuencias económicas muy negativas, o prolongar el sufrimiento de la población palestina en Gaza, lo que mina su popularidad entre los votantes jóvenes y puede dar al traste con su reelección. Los intentos de favorecer la disuasión sin escalada, negociar un alto el fuego y dar paso a la diplomacia son tan loables como complicados. Hay que tener en cuenta que los intereses del primer ministro israelí no son necesariamente los de su país. Aspira a alargar el conflicto y demorar el momento de asumir sus responsabilidades políticas por su fracaso ante los ataques del 7 de octubre.

Asimismo, parte de la complejidad de la situación es que Irán se ve a sí mismo fortalecido: ha salido de su aislamiento y cuenta con la admiración de los enemigos de Israel. En muchos de los países no alineados, aumenta también el apoyo a Teherán. La solidaridad occidental hacia Israel puede también debilitarse con el paso del tiempo. Finalmente, Irán está obteniendo el apoyo de China y de Rusia. Con un 'caveat', el Gobierno de Pekín no quiere que los persas lleguen a tener armas nucleares. Es un elemento esencial del pacto con Arabia Saudí que la diplomacia china ha facilitado.