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La bolsa y los amos del universo

La Vanguardia | | 3 minutos de lectura

La bolsa es como un aparato para medir los latidos del corazón y la presión arterial. Nada pasa desapercibido y todo cuenta. Al cierre del viernes 31, tres factores coincidieron: la crisis del coronavirus, el Brexit y las ventas masivas de acciones y de deuda soberana en dólares.

Las grandes bolsas habían llegado a cotizaciones máximas. Cuando todo eso ocurre de manera casi simultánea, los que llevaban semanas con ganancias que se acumulaban decidieron recuperarlas (es decir, los ordenadores dieron órdenes automáticas de vender) y luego esperar a que las aguas volvieran a su cauce y comprar a precios más bajos.

Cuando en el 2016 se conoció el resultado del referéndum a favor del Brexit, las bolsas de Europa se colapsaron y los dos bancos españoles que tienen inversiones en Gran Bretaña perdieron más que el resto de acciones. El viernes 31 de enero esos dos bancos sufrieron fuertes caídas, mientras que los otros ganaban, pero sin llegar a los resultados que caracterizan a las empresas de la economía digital. En la nueva economía, Cellnex, especializada en 5G, multiplicó por dos su precio en el último año, al estilo de las tecnológicas de Filadelfia.

¿Estamos en manos de los ordenadores? The Economist ilustró cómo se toman las decisiones en Wall Street. Ellos son “Los amos del universo”. Porque las máquinas se han adueñado de los capitales y el ahorro que fluyen a través de los mercados organizados. Los fondos soberanos, como el de Noruega, tienen paquetes de acciones de las grandes compañías del Ibex 35 o de la Bolsa de París, pero las bolsas hacen lo que deciden los ordenadores. En un principio vendían cuando una acción había subido un 10% y compraban las que habían bajado lo suficiente para ganar por los dos lados del mercado. Con el avance de los modelos matemáticos todo se complicó, hasta que el banco central de EE.UU. pidió que se pusiera coto a esas prácticas, pues en un día determinado los mercados de capitales se bloquearon. No se podía ni comprar ni vender.

Hace cincuenta años, invertir en bolsa era una cuestión humana. Una persona decidía qué quería comprar o vender, aunque Keynes aconsejó siempre tomar las decisiones que otros no seguirían, y por eso el premio Nobel Akerlof escribió que los economistas que siguieron la macroeconomía que creó el genio inglés habrían descubierto que en bolsa existe un número indeterminado de puntos donde oferta y demanda se cruzan. Pero olvidaron que las crisis empiezan siempre por lo financiero. Ahora los algoritmos mandan. Una agencia de inversión que mide las carteras de acciones pasivas, es decir, que nadie las gestiona de manera personal, calculó hace unas semanas que acumulan ya 4 miles de billones de dólares. El nuevo capitalismo no resuelve las desigualdades sociales.