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Xi Jinping en París

El Correo | | 3 minutos de lectura

La visita del líder chino a la capital francesa ha pasado algo desapercibida: no ha sido un éxito diplomático, sino una demostración de poder. Xi Jinping ha pisado fuerte en París, al margen de las muchas desavenencias sobre geopolítica y economía que separan a europeos y chinos.

Su anfitrión, el presidente Emmanuel Macron, es el dirigente comunitario más dispuesto a emular el proteccionismo de Beijing (y de Washington) y crear barreras para poner freno a la avalancha comercial e inversora de la superpotencia asiática. Las interdependencias que genera el mercado global se han convertido en vulnerabilidades de los países occidentales aprovechadas por China, que no juega siempre con las mismas cartas. Pero en este viaje Macron aspiraba a pactar una tregua durante los Juegos Olímpicos en París. A Xi Jinping le convenía conceder prioridad a la forma sobre el fondo y ser el emisor de un mensaje de armonía internacional, sin entrar en muchos detalles.

En París participaba en las conversaciones también la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en campaña para ser reelegida al frente del Ejecutivo comunitario. La política alemana ha sido franca y ha reclamado que China frene la exportación de bienes subsidiados como los coches eléctricos o el acero. Ha exigido que permita un mejor acceso a su mercado gigante de las empresas europeas y que entienda que la UE no quiera seguir importando minerales críticos únicamente de este país. Este lenguaje directo y realista contrasta fuertemente con la retórica oficial de la diplomacia francesa, en el fondo aliviada de que la teutona hiciera el trabajo de decir la verdad al autócrata visitante.

Xi Jinping ya ha conseguido acumular en su persona todo el poder que necesita para hacer grandes cosas en su país. Se dispone a ejercerlo guiado por su deseo de pasar a la historia como un líder tan importante como lo fue Mao Tse-Tung. El problema es que la manera más rápida de conseguirlo es anexionar Taiwán, con el riesgo de crear un conflicto global mayúsculo. Xi se enfrenta a problemas internos crecientes después de una serie de decisiones equivocadas sobre la economía y la pandemia, y la lucha contra un enemigo externo es una salida fácil. Hay que reconocer que ha conseguido dar la vuelta a la estrategia del presidente Richard Nixon en su apertura a China en 1972, cuando EE UU dividió el bloque comunista en dos mitades. Las dos potencias asiáticas forman parte de una alianza sin límites y hoy es el mundo occidental el que corre el riesgo de sufrir divisiones severas.