¿Es la transición verde la responsable de que suba el precio de la gasolina?

Natalia Collado Van-Baumberghen
26 Nov, 2021

En una frase: la subida actual de precios del petróleo está determinada por decisiones de la oferta en un contexto post-pandémico, sin que se pueda discernir un efecto directo de las decisiones de descarbonización. De hecho, es posible que sea justo al revés: el contexto actual podría estar catalizando las decisiones de inversión fuera de los combustibles fósiles. 

La inflación interanual no ha dejado de crecer en 2021. Durante los primeros meses el incremento arrastraba el efecto de la COVID-19, pero desde el segundo trimestre responde a otros factores. Los problemas en las cadenas de suministro globales y la escasez de ciertas materias primas unidos al aumento de precios de los combustibles fósiles y la electricidad han elevado la inflación por encima del 5%, la cifra más alta desde 1992. Parece que la energía y los carburantes están detrás de gran parte de este aumento. Según los datos publicados por el INE, la inflación en los grupos especiales de los productos energéticos y de los carburantes y combustibles fue de más del 20%, frente al 5,4% del índice general. Usando las ponderaciones utilizadas por el INE para construir el índice de precios, las clases energéticas explican un 80% de la variación del IPC en dicho mes. Estos datos contrastan con los de 2019 y 2020 cuando la   disminución de los precios de la electricidad, los carburantes y los combustibles compensó la subida que se observó en otros productos.  

En vistas de que octubre ha sido el mes con la factura de la luz más cara de la historia y de que el precio del petróleo crudo está en los niveles más altos desde hace 7 años, las perspectivas para los próximos meses no son muy halagüeñas. Llegados a este punto vale la pena preguntarse, ¿es este aumento de la inflación en el sector energético resultado de las políticas de descarbonización o, por el contrario, es un desajuste provocado por la pandemia y la actual recuperación? La respuesta es clave para afrontar los retos de la transición verde y asegurar su éxito en los próximos años.

La explicación de mercado

El precio de los combustibles se conforma por capas, que van añadiendo su respectiva porción: al crudo original se le añade el coste de refinado, y la interacción de los intermediarios produce un valor antes de impuestos (PAI) al que se suman éstos para dejar el precio final de venta al público (PVP).

La evolución de cada uno de estos componentes del precio del combustible ha sido paralela, aunque en distinta magnitud, y siempre marcada por la intensa relación que existe entre la cotización del crudo (factor primordial que mueve a todos los demás) y el ciclo económico: en crecimiento aumenta la demanda de esta materia prima fundamental, y las crisis la deprimen.

La extracción de crudo está concentrada en OPEP+, la versión ampliada de la vieja Organización de Países Exportadores de Petróleo que desde 2016 agrupa a 24 países (incluyendo Arabia Saudí y ahora también Rusia) que concentran más del 50% de la producción global, disponiendo de poder determinante sobre el precio internacional. Enfrente se encuentra Estados Unidos, máximo productor mundial con un 20% por sí mismo.

En este contexto, en marzo de 2020 los confinamientos y las medidas de restricción a la movilidad provocaron una reducción sin precedentes de la demanda de combustibles. Sin embargo, esta no fue acompañada por un descenso proporcional de la producción provocando que las empresas petroleras recurrieran al alquiler de camiones cisterna para almacenar el exceso de oferta y hundiendo los precios. Tal fue la magnitud del shock que a finales de abril en Estados Unidos los precios llegaron a ser negativos por primera vez en la historia[1]. Ante esta situación, los productores acordaron disminuir su producción para evitar que los precios siguieran bajando y recuperar lo antes posible los niveles pre-COVID. Durante la segunda mitad del año, los precios efectivamente se estabilizaron. Desde principios de 2021, las agresivas campañas de vacunación en los países desarrollados han facilitado una rápida recuperación de la demanda, encaminando a las economías hacia una cierta normalidad. En cambio, la producción de petróleo sigue lejos de las cifras de 2019.

La concentración de la oferta facilita decisiones estratégicas por parte de todos los actores:

→ Estados Unidos, tras la crisis de 2008, vivió una revolución en el sector gracias al fracking, la nueva tecnología que permitía extraer petróleo de las rocas. El petróleo de esquisto (shale oil) catapultó al país al top de países productores. Sin embargo, las empresas petroleras americanas se convirtieron en víctimas de su propio éxito. La nueva técnica de extracción elevaba mucho sus costes y aumentó significativamente la oferta global de crudo, deprimiendo los precios y sus márgenes. Como consecuencia, los accionistas de estas compañías vieron cómo aumentaba el endeudamiento y se reducían sus beneficios. El colapso de los precios provocado por la irrupción de la COVID-19 fue aprovechado por estos para imponer cierta disciplina de capital y asegurarse altos rendimientos dificultando la vuelta a la producción prepandemia.

→ En el otro extremo se encuentran los países miembros del cartel OPEC+ que han sido los grandes perjudicados de la estrategia de su principal competidor. Durante los últimos cinco años se han visto obligados a convivir con precios bajos, lo que les ha obligado a ajustar sus objetivos de producción. Con la actual tendencia alcista en los mercados y ante la incertidumbre que rodea la evolución de la pandemia, es fácil entender por qué estos países no aumentan su oferta pese a peticiones tan destacadas (y sorprendentes) como la de la administración Biden.

Esta semana, EEUU ha decidido liberar 50 millones de barriles de petróleo de su reserva estratégica como medida de emergencia para reducir precios. El movimiento demuestra por sí mismo el peso que las restricciones auto-impuestas de oferta tienen sobre la dinámica actual de precios.

La explicación de la descarbonización

Pero, al mismo tiempo, el mundo está inmerso en el proceso de descarbonización de la economía con el objetivo de ser neutros en carbono en 2050, y circulan hipótesis que ponen en relación más o menos fuerte las políticas para llegar a él con la inflación actual.

Es cierto que este cambio en el mix energético se está haciendo a costa de los combustibles fósiles, lo que desincentiva la inversión en este sector principalmente por dos motivos. El primero está relacionado con el horizonte temporal de las inversiones. En el caso del petróleo, desde que se inician las tareas de exploración hasta la delineación y explotación del yacimiento pueden pasar más de diez años y, una vez que este se encuentra a pleno rendimiento, puede estar operativo durante 20 o 30 años. Con base en estas cifras y con las metas climáticas en mente, los accionistas prevén que los proyectos a largo plazo habrán perdido considerable rentabilidad. El segundo motivo es que estos mismos inversores prefieren invertir en reducir su huella de carbono y en compañías o tecnologías más «verdes». Según el World Energy Investment 2021, publicado por la Agencia Internacional de la Energía, los fondos que dedican las empresas petroleras y gasistas a energías limpias se han duplicado en los últimos 5 años.

Sin embargo, los efectos de este movimiento de inversión aún no han tenido tiempo de trasladarse a los precios inmediatos. Más bien parece que el actual incremento en el precio del petróleo esté actuando como catalizador de la descarbonización de las inversiones, es decir: que la pandemia y sus consecuencias estén precipitando la aparición de aumentos de precios resultado del cambio hacia fuentes de energía menos contaminantes. Parece que el gráfico de arriba confirma esta teoría. Hasta 2019, la inversión en renovables por parte de las principales empresas de petróleo y gas creció lentamente mientras que en 2020 y 2021 se ha producido un gran salto.

¿En un universo sin COVID habríamos observado la actual subida o los precios se habrían mantenido bajos algunos años más? No podemos responder a esta pregunta pero de lo que sí podemos estar seguros es que la era de la abundancia de los combustibles fósiles ha terminado y, con ella, la estabilidad de precios. Decisiones como la reciente inyección de crudo en el mercado de la Administración Biden confirman, más que desmentir, este último punto: no suponen una modificación sustancial de la dinámica de mercado aquí descrita, sino que son consecuencia de la misma, parches para solucionar una emergencia inmediata pero no para retrasar ni reorientar el proceso.

El problema del largo plazo es que hasta ahora nadie ha avisado con suficiente franqueza a los consumidores de esta “cara b” de la transición verde. En un contexto inflacionario como el actual, vincular cualquier subida de precios con la descarbonización, aunque no exista prueba fehaciente de ello, puede resultar políticamente rentable. Si la liberación estratégica de EEUU reduce los precios, ello solo reforzará percepción de que frenar el abandono de los combustibles fósiles es un error, a pesar de que se trate en este caso de una solución a un problema creado por el mismo mercado, no por las políticas de transición. Si el descontento crece (junto a la rentabilización política) y no se establecen políticas que aseguren que esta transición es justa, la aceptación de los objetivos climáticos puede ponerse en duda.

La autora agradece a Jorge Galindo sus valiosos comentarios durante la redacción de esta entrada.

[1] Esta fuerte caída se debió en parte a un tecnicismo del mercado mundial del petróleo. Esta materia prima se negocia a través de un instrumento financiero específico, los futuros. Estos son contratos entre dos partes que se comprometen a, en una fecha futura establecida y a un precio determinado, intercambiar un activo. Los contratos de futuros de mayo de 2020 vencían a finales de abril lo que suponía que las petroleras entregarían el producto a los compradores, pero, ante la falta de demanda y el mantenimiento de las restricciones, estos ya no lo querían. En concreto, los operadores querían deshacerse de esas existencias para evitar tener que recibir el petróleo e incurrir en gastos de almacenamiento por lo que el mercado reflejaba que los productores estaban dispuestos a pagar a los compradores por el petróleo, de ahí el precio negativo.

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