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DISTANCIAMIENTO PREVISIBLE

Las Provincias | | 3 minuts de lectura

Donald Trump y Emmanuel Macron han sido los dos líderes occidentales más efectivos en su ascenso al poder en tiempos recientes. Desde premisas ideológicas bien distintas, ambos han entendido a la perfección qué olas debían surfear para llegar a la presidencia. Tanto en Estados Unidos como en Francia una importante parte de la población no se siente representada por la política tradicional. Por desgracia, Trump se ha convertido en un maestro a la hora de hablar en nombre de la América olvidada, los ciudadanos que pierden con la globalización y que culpan a los inmigrantes de su situación (y de paso a México, China o India).

El magnate neoyorquino sigue haciendo campaña electoral a diario, buscando el choque que mantiene su imagen de archienemigo de todo lo que ocurre en Washington. Macron entendió perfectamente en las elecciones presidenciales de 2017 que los franceses preferían un candidato antisistema, pero no tanto como para apoyar mayoritariamente al Frente Nacional. El enarca y banquero de inversiones se convirtió en un disruptor de la política de siempre, con una personalidad arrolladora y una agenda de reformas orientada a consolidar el sistema, en vez de destruirlo. Los dos líderes han pasado por una fase inicial de sorprendente sintonía entre ellos hasta la cumbre de la OTAN en Londres esta semana, donde se ha roto esa fluidez.

Es cierto que la buena relación se debía sobre todo a la habilidad de Macron a la hora de hacer sentir importante a Trump y aguantar sus ideas rocambolescas sobre el mundo. Al americano le halagaba la pompa y circunstancia con la que le recibía el francés, los desfiles militares en su honor y verse envuelto en la representación del poder de la presidencia más monárquica de entre todas las repúblicas. Pero los dos líderes empiezan a encontrarse con problemas domésticos de envergadura -el 'impeachment' o juicio político en EE UU, las huelgas en Francia-. Conforme se acercan a sus respectivas elecciones, les conviene endurecer sus discursos. La tensión entre sus dos países es además un clásico de la guerra fría y de la segunda guerra de Irak. Era previsible que en el momento más oportuno los dos presidentes activasen un cierto distanciamiento. Macron defiende las instituciones internacionales que desprecia Trump, pero a partir la defensa de intereses europeos sin tutelas.

De este modo, afirma que la OTAN atraviesa «una fase de muerte cerebral» y ofrece la alternativa de una defensa continental guiada por Francia y que pueda entenderse con Rusia y con China. El presidente norteamericano, que ha ninguneado a la OTAN más que nadie, ahora la defiende como un mecanismo capaz de obligar a los europeos a aumentar su gasto en defensa. A cambio, Trump favorece el repliegue internacional de su país, admira a todo líder autoritario con el que se reúne y cede el paso a una China propulsada por un nacionalismo expansionista.