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Macron sin chaleco amarillo

Grupo Vocento | | 3 minutos de lectura

La historia de la llegada al poder de Emmanuel Macron asombra a cualquier estudioso de la política europea y del liderazgo. En muy poco tiempo construyó una imagen de reformador de Francia desde fuera del sistema, a pesar de poseer todas las credenciales propias de un miembro de la élite. Nadie tenía mejor formación cultural, filosófica y literaria, ni mejores dotes de comunicación y empatía. Macron pertenecía a la ENA, el cuerpo de grandes administradores del Estado, había sido un banquero muy exitoso en Rothschild, trabajó en la dirección del Elíseo junto al presidente Hollande y fue su ministro de Economía. Se movía como pez en el agua entre los grandes empresarios, y las celebridades. Aún así, su movimiento En Marcha renovó la política desgastada de los partidos tradicionales y atajó la subida del Frente Nacional. Pero tras un año de impulsar una agenda reformista (mercado de trabajo, trenes, educación) la popularidad de este meteoro de la política ha caído en picado. Una explicación es que ha adoptado demasiadas medidas impopulares (bajar los impuestos a las grandes fortunas o subir el precio de los carburantes). Sin embargo, ha sido más letal su actitud «jupiteriana», de presidente distante, y la pérdida del sentido de realidad y de los límites, un síntoma que acompaña con frecuencia a la sensación de ser poderoso.

La oposición a Macron ha cristalizado en el movimiento de los chalecos amarillos, que este fin de semana llega a su paroxismo. Se trata de una amalgama de manifestantes de distintas clases sociales, movilizados en Facebook, sin líder conocido o reivindicaciones coherentes. Quieren menos impuestos, más prestaciones sociales, derribar a la élite, no condenan la violencia y la practican de forma creciente. Por ahora obtienen el respaldo de la población, aunque empieza a pasarles factura su lado salvaje, de amenaza al Estado de Derecho. Han creado una situación pre-revolucionaria, que va más allá del derecho a manifestarse. Macron ha dado marcha atrás en algunas medidas. Pero lo más eficaz que puede hacer el presidente para frenar esta avalancha y recuperar terreno es aceptar que los chalecos amarillos existen. Este movimiento social es parte de la ola populista que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca o decidió el 'Brexit'. Representa a la Francia olvidada, la de las barriadas y los lugares perdidos, en los que las buenas cifras macro económicas no mejoran el día a día de muchos ciudadanos. Nada justifica la psicosis de miedo y la alteración del orden público que los chalecos amarillos generan. Pero sus propios temores y su condición de sujetos políticos deben ser reconocidos e integrados en la democracia francesa. En su trayectoria vital, Macron ha demostrado que tiene tantas dotes de reformador como de mediador paciente, con una capacidad de escucha fuera de lo normal. Este es el papel con el que ahora le toca salir a escena.