Artículos

Brasil: una autopista a lo desconocido

Expansión | | 4 minutos de lectura

El nuevo presidente, Jair Bolsorano, ha sido reconocido como el Trump del trópico. Éste se ha apresurado a ofrecerle su colaboración, pues parecen tener políticas similares. The Economist calificó la presidencia de Bolsonaro como la última amenaza para América Latina.

Es otro dirigente fuerte en la lista de populistas de la derecha. Surge en un país de 209 millones de habitantes que sufre una fuerte recesión; el PIB por persona cayó un 10% entre 2014 y 2016; el paro llega al 12% y lo peor es la corrupción, que practica una parte de la clase política, fragmentada en más de 38 partidos, muchos sometidos a investigaciones judiciales. Pero  Brasil tiene un poder judicial que ha hecho frente a esa creciente corrupción.

El presidente Lula redujo la inflación, atrajo inversiones y en algo más de diez años dobló la clase media y redujo la pobreza. El gobierno de Rousseff fue menos afortunado y estallaron los casos de corrupción incluso en la petrolera Petrobras, que se vio obligada a importar combustibles a precios internacionales y luego subvencionar a los consumidores. Esos subsidios fueron una de las causas de que el déficit público llegara al 8% del PIB, el doble que en gobiernos anteriores. Cuando se retiraron, los camioneros provocaron huelgas que bloquearon incluso los puertos desde donde se exportan carne; soja, café y mineral de hierro.  Ahora se teme que China, el primer cliente del país, reduzca sus compras, excepto en el caso de la soja, porque el proteccionismo de Trump les obligó a comprar a Brasil.

El déficit público, según el FMI, se debe también al gasto público desmesurado, y a un sistema de pensiones en el que los funcionarios se jubilan en torno a los cincuenta años y disfrutan de elevadas prestaciones. Por el lado de los ingresos, la recaudación es insuficiente. El nuevo presidente pretende equilibrar en dos años las cuentas públicas. El banquero Pablo Guedes, doctor por la Universidad de Chicago será el superministro.

Empresas españolas con inversiones en Brasil

Las grandes compañías españolas tienen importantes inversiones, desde autopistas, CAF en ferrocarriles, Fagor en la siderurgia y Repsol en hidrocarburos. Santander fue el primero que apostó por Brasil y dio un voto de confianza al gobierno de Lula. En el primer semestre de este año el banco ganó en Brasil el doble que en España y más de tres veces lo que obtuvo en Estados Unidos. Era una apuesta arriesgada porque el país salía de una inflación de más del 25.000 %, en tiempos de la dictadura militar, que el nuevo presidente Bolsonaro, ex capitán del ejército, parece recordar con cierta nostalgia.

Retos para el nuevo presidente

Seis semanas antes de que se conociera su clara victoria en las urnas, la bolsa subió un 18% y la deuda pública a diez años bajó al 10%. El  presidente prometió en su campaña que encauzaría las finanzas privatizando empresas que están en manos de la República, y posiblemente Petrobras contribuiría a las arcas públicas, pero no  pareció dispuesto a desprenderse de Electrobras, que suministra energía eléctrica al país. Debe cambiar el sistema fiscal y el de pensiones y reducir el número de ministerios y el gasto público.

¿Cómo hacer frente a las políticas de autarquía?

Desde los tiempos de la Escuela de Guerra, la dictadura militar impulsó la industria nacional y aumentó las barreras arancelarias. Todavía ahora muchos artículos tienen aranceles por encima del 60%.

Algunas asociaciones empresariales vienen pidiendo que se liberalice el comercio exterior, porque las empresas demuestran que son competitivas cuando se enfrentan a los mercados internacionales. 

Para concluir, la mayor economía de América Latina tiene que hacer frente a una fuerte  recesión, escasos ingresos fiscales y un exceso de gasto público que se contagia de la corrupción.  Brasil goza de una ventaja, porque tuvo  el acierto de endeudarse en moneda nacional y el real fluctúa como un amortiguador. Otros países se endeudaron en dólares y ahora no tienen divisas para pagarla y, como en el caso de Argentina, tienen que recurrir al rescate del FMI. El peligro es que se caiga en la tentación de un tipo de cambio manipulado. Si se consigue un serio reajuste, como el que aplica normalmente el FMI, el país podría empezar una nueva senda.