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Otra mirada a la innovación

Grupo Vocento | | 3 min read

Walter Isaac son es posiblemente el mejor biógrafo del mundo, autor de libros sensacionales sobre Albert Einstein Benjamin Franklin o Steve Jobs. Después de quince años de investigación paciente y minuciosa ha dado a luz a su siguiente obra, esta vez sobre Leonardo da Vinci, tal vez el personaje más creativo en nuestro imaginario occidental. Esta semana he tenido la oportunidad de participar con él en la presentación de su libro en Madrid, a través de un debate organizado por Aspen Institute España, y de aprender a mirar al genial pintor toscano de una manera nueva. Para Isaacson el genio de Da Vinci no se basó solo en unas condiciones innatas sobresalientes. Se construyó poco a poco, a partir de su curiosidad ilimitada y permanente hacia cualquier fenómeno y toda área de conocimiento. Cuenta el autor que a lo largo de su vida Leonardo nunca dejó de hacerse las preguntas que se plantea un niño de diez años, por qué es azul el cielo o cómo es la lengua de un pájaro.

El estudio cuidadoso de las 7.000 páginas de sus cuadernos muestra esta actitud vital. Su condición de hijo nacido fuera del matrimonio le liberó de tener que seguir la carrera de notario de su padre. Encontró en los talleres de una Florencia abierta, diversa y tolerante el ecosistema perfecto para sus inquietudes. Su trabajo como ingeniero e inventor y su pasión por la anatomía le hicieron mucho mejor artista. A diferencia de Miguel Angel, Leonardo era un dandy permanentemente rodeado de amigos. Siempre trabajaba en equipo, un innovador que demandaba y dependía de la colaboración de otros. Sus fracasos y sus obras inacabadas le hicieron mejor artista, porque en su caso le llevaron a seguir tomando riesgos y a buscar con más determinación su camino.

Hoy existe una verdadera inflación de fórmulas sobre la innovación y la creatividad. A mi entender, la visión humanista de Isaacson mejora las recetas simplistas, que ensalzan por sí misma la disrupción o rinden culto a lo nuevo sin hondura alguna. La tecnología, argumenta Isaacson, debe conectarnos con otras personas y no reemplazar la experiencia de encuentro y aprendizaje con otros. En plena revolución digital, entiende más importante la aportación de la literatura, la filosofía, el arte o la poesía que la de los ingenieros. Dentro de diez años gran parte del trabajo de estos últimos, empezando por la programación, lo harán las máquinas.

Pero las conexiones emocionales, la sabiduria y la creatividad que se encuentra en las intersecciones de distintos saberes -humanidades y tecnología, ciencias naturales y artes seguirán siendo las aportaciones esenciales humanas. El ejemplo de Leonardo que propone el autor es muy actual: llama a la colaboración y la sociabilidad y pone en valor los ecosistemas ciudadanos diversos y abiertos. Por si fuera poco, reclama la simplicidad como verdadera alma de la belleza.