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Macron, en Colombey

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Para conmemorar los sesenta años de la instauración de la Quinta República, Emmanuel Macron ha viajado Colombey-les-Deux-Eglises, el pueblo donde el General De Gaulle encontraba refugio y en el que está enterrado. El actual presidente honra así al fundador de la Francia contemporánea y busca inspiración en el político europeo más transformador del siglo XX. Tras un ascenso fulgurante al poder Macron ha entrado en crisis. Nadie sabe si se trata de algo pasajero o es el principio del declive. Su irrupción en la política francesa desde fuera -a pesar de estar muy conectado con sus entrañas- le convirtió en un presidente joven y admirado, que despertaba grandes esperanzas, no solo en Francia. Desde el primer minuto de campaña decidió cultivar una imagen de celebridad y actuar como un meteoro que penetraba a toda velocidad en la atmósfera política. Fue capaz de ilusionar con un programa reformista, patriótico y europeo a millones de ciudadanos tentados por el populismo de los extremos. Bendecido por la eliminación de Fillon y de Valls como candidatos, aglutinó el voto anti Le Pen en la segunda vuelta. Pero el estilo de poder elegido, impaciente y jupiterino, brillante y seguro hasta bordear la soberbia, no acaba de dar sus frutos. Ha acometido algunas reformas, pero con un coste enorme para su popularidad.

No ha conseguido influir sobre Angela Merkel en las grandes cuestiones europeas pendientes. Antes de verano, Macron tuvo que afrontar el escándalo Ballana, por haber protegido a un consejero de seguridad que se había saltado la ley. Dos de sus ministros han dimitido en las últimas semanas. En especial la marcha de Gerard Collomb, responsable de Interior y aliado incondicional, le ha dejado tocado. En vez de cambiar de estilo, el presidente se asila e insiste en lanzar rayos. Ayer advertía a los jubilados de la suerte que tienen y regañaba a los franceses que se quejan de los problemas económicos que atraviesan. Su venerado De Gaulle decía que lo más interesante del poder son las tormentas, pero tal vez Macron no debería tomarse esta enseñanza al pie de la letra.