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La otra revolución de Trump

El Correo Español | | 3 min read

Nada volverá a ser lo mismo en Estados Unidos tras el paso de Donald Trump por la Casa Blanca. El presidente actual ha enturbiado la política y ha sometido a un verdadero test de estrés a la primera democracia del mundo. Con sus tuits incansables, ha dado alas al racismo, al rechazo de los inmigrantes y a las versiones más extremas del nacionalismo. Ha despreciado la independencia judicial,
los medios de comunicación y las agencias de inteligencia. Ha evitado, en suma, identificarse con los valores de la democracia liberal. En el plano internacional, ha impulsado un repliegue de su país, en contra de los intereses norteamericanos. Su reflejo aislacionista ha hecho más débil a Estados Unidos en una globalización que requiere justo lo contrario, gestionar activamente la interdependencia y fortalecer las instituciones globales.

Esta colección de errores en solo un año y medio puede y debe ser revertida por el presidente siguiente, sea republicano o demócrata. En cambio, la huella más duradera de la presidencia Trump es su enorme éxito nombrando jueces, una política a la que no damos casi importancia en Europa. En este caso, se trata de una verdadera revolución conservadora. El presidente ha dejado que esta facción del partido republicano inspire las nominaciones, para asegurarse su apoyo. Gracias a controlar el Senado, en muy poco tiempo han sido confirmados casi un centenar de jueces federales. Pero lo más relevante ha sido su asalto al Tribunal Supremo, que comenzó con la rápida designación del juez Neil Gorsuch e irá seguida próximamente de la nominación de un segundo juez. Dos puestos en el Supremo regalados a la Casa Blanca actual pueden hacer virar al tribu
nal más poderoso del planeta hacia una visión del mundo muy distinta a la de la mayoría de los votantes. De hecho, es muy posible que la política judicial de Trump choque con las preferencias ciudadanas en los siguientes ciclos electorales.

Por eso, cuando hace unos días Anthony Kennedy anunció por sorpresa que dejaba su puesto en el alto tribunal a los 81 años, inmediatamente recibió todo tipo de críticas. Nombrado por Ronald Reagan, enseguida se convirtió en una voz poco predecible, con frecuencia el voto decisivo que inclinaba la balanza entre sus colegas, divididos en dos mitades. Kennedy ha sido el defensor de los derechos de los homosexuales y un juez muy comprometido con la libertad de expresión, responsable de que la financiación sin límites de las campañas electorales se entienda como parte de este derecho fundamental. No era un conservador, sino un californiano enigmático que pasó de recibir el apodo de 'la esfinge de Sacramento' a viajar por el mundo sin parar, dispuesto a aprender del derecho comparado y afinar su independencia de criterio. Como todos los presidentes, a Trump le preocupa su legado, pero al menos sabe que siempre podrá presumir de su revolución judicial.