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La huella de Trump

La pregunta es si es un paréntesis o el principio de un ciclo que derriba lo que queda del orden mundial de 1945
El Correo Español | | 3 min read

Después de la gira terrorífica de Donald Trump por Europa se ha intensificado el debate sobre el impacto de su presidencia en la geopolítica mundial. Es difícil volar más puentes en tan poco tiempo, pero el magnate neoyorquino parece disfrutar con su comportamiento errático. La solidaridad atlántica, fundada en una idea común de civilización, la contención de una Rusia autoritaria, la relación especial con el Reino Unido, nada le ata ni le importa si no coincide con su estado de ánimo y sus anhelos infantiles de llamar la atención. Todavía no hay acuerdo a la hora de valorar los daños. La pregunta es si el presidente norteamericano es un paréntesis o representa el principio de un ciclo que saca de sus ejes a la política exterior americana y derriba lo que queda del orden mundial diseñado en 1945. Los optimistas piensan que cuando los propios republicanos se deshagan de Trump afirmarán los valores de la democracia liberal y la vigencia de la economía de mercado. Volverán al consenso en el que se encuentran con la mayor parte de los europeos y latinoamericanos más algunos asiáticos y serán de nuevo el foco que proyecte esta visión del mundo. La opinión pública norteamericana mayoritaria no se ha vuelto anti-occidental, por mucho que una mayoría de blancos haya perdido la fe en el progreso y culpen a la globalización y la emigración de sus problemas. En Washington hay una memoria institucional que no se puede borrar de un plumazo. Los mandarines de ambos partidos siguen creyendo que Estados Unidos solo puede preservar su influencia en un mundo multipolar resistiendo los cantos de sirena del aislacionismo.

Por otra parte, hay analistas que piensan que Trump marca el principio de una nueva época populista con consecuencias duraderas en política exterior. La falta de ataduras ideológicas del presidente le hace más atractivo, en una sociedad dominada por las celebridades televisivas y con la atención a asuntos más hondos secuestrada por la adicción a las redes sociales. Las categorías de la Guerra Fría o el esbozo de Nuevo orden mundial de Bush padre y Clinton han quedado obsoletos tras los ataques del 11-S. El método Trump de gobernar a base de gestos y exabruptos conecta con las inseguridades de la América profunda y bien puede darle un segundo mandato, si no sufre un serio revés en las elecciones legislativas de noviembre. El actual presidente demostraría que la combinación de nacionalismo y proteccionismo tiene buen acomodo en un mundo dominado por líderes fuertes y con tendencias autoritarias más o menos pronunciadas. El declive de la hegemonía americana se disimularía con un discurso robusto, de «América primero», justo cuando el país deja de ocupar este puesto. Las consecuencias para Europa serían mayúsculas, porque tendría que convertirse aceleradamente en un actor global en seguridad y defensa y superar la fragmentación actual de su poder exterior.