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Un quijote de nuestro tiempo

Grupo Vocento | | 3 minuts de lectura

Esta semana Vladímir Putin ha asistido en París a la conmemoración del final de la Primera Guerra Mundial. El mandatario ruso puede estar satisfecho de haber conseguido casi todos sus objetivos de política internacional, desde la anexión de Crimea a la interferencia continuada en procesos electorales y referendos por medios cibernéticos. Pero hay un asunto que le incomoda profundamente y siempre que puede reclama la cabeza del que lo puso en marcha. Se trata de la campaña iniciada hace casi diez años por el británico Bill Browder, para que distintos países se adhieran a la llamada 'lista Magnitsky'. Dicha lista contiene los nombres de asociados de Putin responsables de violaciones de derechos humanos (la recopilación además crece y poco a poco incorpora a sátrapas de otros lugares del mundo). Les hace objeto de sanciones, como la imposibilidad de conseguir visados y la congelación de sus cuentas en el país que se adhiere a este instrumento. Estados Unidos, Reino Unido o Canadá ya han suscrito esta iniciativa.

¿Qué llevó a Bill Browder a dejar su carrera como primer inversor en la bolsa de Rusia para dedicarse al activismo internacional en pro de los derechos humanos? En 2005 fue acusado por el régimen de Putin de crímenes que no había cometido. Antes de verse forzado a abandonar Rusia contrató a un abogado, Sergei Magnitsky. El letrado fue capaz de demostrar la corrupción masiva de sus acusadores. Fue encarcelado y torturado hasta morir en prisión y juzgado de forma póstuma, en una parodia de proceso. Bill Browder dio un giro a su vida y comenzó a trabajar en Estados Unidos con los senadores John McCain y Ben Cardin para responder a través de una ley con sanciones dirigidas a individuos, en vez de Estados. Se trataba de conseguir que estas medidas tuviesen un impacto real en las vidas de los cómplices de Putin, los cuales tienen sus fortunas repartidas por todo el mundo. La respuesta rusa fue detener las adopciones de niños por parte de familias americanas. También presionar repetidas veces en el entorno del presidente Trump para cambiar la ley. El primer intento fue en el famoso episodio de la reunión en durante la campaña electoral con Donald Trump hijo y otros asesores, hoy objeto de investigación del fiscal especial Robert Mueller.

En la reciente cumbre de Helsinki, Putin ofreció al presidente de EE UU ayuda para aclarar la no interferencia rusa en su campaña electoral de 2016 si le facilitaba la posibilidad de interrogar a Bill Browder. Trump sin pensarlo mucho dijo que era «una oferta increíble», aunque luego tuvo que desdecirse. El británico sigue adelante con su misión de frenar el crimen y la corrupción. Esta semana en Nueva York ha recibido el premio del Aspen Institute a su servicio público. Es un ejemplo inesperado y admirable del poder del individuo frente a la autocracia.